The risks women take to defend the environment and the rights of indigenous people (AMNESTY INTERNATIONAL NEWS SERVICE)

Margoth Escobar was at a friend’s birthday party in the town of Puyo in the Ecuadorian Amazon last September when a neighbour called to say her house was on fire.

AMNESTY INTERNATIONAL NEWS SERVICE  081/2019

OP-ED 25 April 2019

The risks women take to defend the environment and the rights of indigenous people

By Erika Guevara-Rosas, Americas director at Amnesty International

Margoth Escobar was at a friend’s birthday party in the town of Puyo in the Ecuadorian Amazon last September when a neighbour called to say her house was on fire.

The blaze destroyed her home and more than $50,000 worth of artisanry that she and other women planned to sell over Christmas. The local fire department said it was an act of arson against Escobar, who belongs to Mujeres Amazonicas, a collective of mostly indigenous women who have banded together to defend their land and the environment against oil extraction and mining.

It was one of several alarming attacks against members of the collective in Ecuador last year, amid a broader trend of threats, smear campaigns and physical violence against women human rights defenders across South America.

Putting aside her distrust of Ecuador’s police and justice system, Escobar filed a criminal complaint at the regional Attorney General’s Office in October. She has not been granted protective measures, despite the risk her activism brings and the attack already suffered.

“The current government is a wolf in sheep’s clothing, because its pro-extraction policies advance without mercy, without compassion and, above all, without respect for the self-determination of indigenous peoples,” the grey-haired activist said of Ecuador’s Lenin Moreno administration in a recent interview with Amnesty International.

Similarly, in Bolivia, officials at the highest levels of government have tried to destroy the reputation of the human rights defender Amparo Carvajal, after she denounced state security forces for arbitrary detentions and excessive use of force against agricultural workers.

The situation came to a head last August when two farmers and one policeman were shot dead in a raid on a coca plantation in the rural Andean community of La Asunta, an area where indigenous peoples have grown the crop for millennia.

In an interview with a state news channel, Government Minister Carlos Romero blamed Carvajal, the 80-year-old president of Bolivia’s Permanent Assembly for Human Rights, for the killings, calling her “an irresponsible person” and a “sponsor of criminal organisations”.

Days later, Bolivian President Evo Morales tweeted that the Permanent Assembly was a “right-wing pro-imperialist” organization responsible for a “campaign of lies and false denouncements” against his government.

These unsubstantiated accusations represent a crude and transparent attempt to undermine Carvajal’s widely respected work (Página Siete, one of Bolivia’s leading newspapers, named her 2018 Person of the Year) and evade scrutiny of the state’s responsibility for human rights violations.

“The government must give Mother Earth her rights back, and give indigenous peoples the recognition they deserve,” Carvajal told Amnesty International in January. “Nature is screaming at us that we must love and care for this planet, for we all depend on it.”

In another typical case, armed men threatened Amada Martínez, an indigenous Avá Guaraní activist from the Tekoha Sauce community in south-east Paraguay last August.

Martínez was leaving the community in a taxi with her seven-year-old son, her sister and two young nephews when they were intercepted by a truck bearing the logo of the nearby Itaipú Binacional hydroelectric plant.

Martínez told Amnesty International that three men wearing balaclavas and Itaipú Binacional uniforms got out, armed with shotguns and a revolver. One pointed a shotgun at her face while another threatened her, saying she was a “loudmouth woman” and that they would find her alone on the road one day.

Martínez believes she was threatened because of her work defending indigenous rights.Days before, she had met with the UN Special Rapporteur on the situation of human rights defenders to denounce the grave impact of the hydroelectric plant displacing the Tekoha Sauce community.

Indigenous women like Martínez and Escobar are particularly at risk when they stand up for the environment and human rights, as they face additional discrimination due to their gender and identity.

Instead of permitting or even contributing to the violence against women human rights defenders, South America’s leaders must recognise the importance of their work and take immediate and effective gender-sensitive and culturally appropriate measures to protect them.

For these brave women will not be deterred, despite the grave dangers they face.

“I act according to my own conviction. Whatever happens to me or my material things is of secondary importance,” Escobar said. “They’re not going to stop us.”

Los riesgos que asumen las mujeres para defender el medio ambiente y los derechos de los pueblos indígenas

Erika Guevara Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional

Margoth Escobar se encontraba en una fiesta de cumpleaños en la ciudad de Puyo (Amazonas ecuatoriano) el pasado septiembre cuando una vecina llamó para avisar de que su casa estaba en llamas.

El fuego destruyó la vivienda de Escobar y artesanías valoradas en más de 50.000 dólares estadounidenses que, junto con otras mujeres, la activista tenía previsto vender durante el periodo navideño. El cuerpo de bomberos de la localidad afirmó que se trataba de un acto de incendio provocado contra Escobar, que es miembro de Mujeres Amazónicas, un colectivo de mujeres principalmente indígenas que se han unido para defender su tierra y el medio ambiente de la extracción petrolera y minera.

Fue uno de los varios ataques alarmantes contra miembros de este colectivo que se cometieron el año pasado en Ecuador, siguiendo una tendencia más amplia de amenazas, campañas difamatorias y violencia física contra defensoras de los derechos humanos de toda Sudamérica.

Dejando a un lado su desconfianza en la policía y el sistema de justicia de Ecuador, Escobar presentó en octubre una denuncia penal ante la Procuraduría General del Estado. La defensora no ha recibido medidas de protección, a pesar del riesgo que conlleva su activismo y el ataque que ya ha sufrido.

“El Gobierno de turno está vestido de oveja pero es un lobo por dentro, porque las políticas extractivistas avanzan sin piedad, sin compasión y, sobre todo, sin respeto a la autodeterminación de los pueblos y nacionalidades indígenas”, señaló la activista de cabello gris con respecto al gobierno ecuatoriano de Lenín Moreno en una reciente entrevista con Amnistía Internacional.

En Bolivia, de manera similar, funcionarios de los niveles más altos del gobierno han intentado destruir la reputación de la defensora de los derechos humanos Amparo Carvajal, después de que esta denunciara a las fuerzas de seguridad estatales por llevar a cabo detenciones arbitrarias y hacer uso excesivo de la fuerza contra trabajadores agrícolas.

La situación llegó a su punto crítico el pasado agosto cuando dos campesinos y un policía murieron por disparos en una plantación de coca en la comunidad andina rural La Asunta, una zona en la que los pueblos indígenas llevan miles de años cultivando esta planta.

En una entrevista con un canal de noticias estatal, el ministro de Gobierno Carlos Romero culpó a Carvajal —que con 80 años es presidenta de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia— de los homicidios, y la llamó “persona irresponsable” y “patrocinadora de organizaciones criminales”.

Días después, el presidente boliviano Evo Morales tuiteó que la Asamblea Permanente era una organización de la “derecha pro imperialista” responsable de una “campaña de mentiras y falsas denuncias” contra su gobierno.

Estas acusaciones sin fundamento representan un intento burdo y transparente de menoscabar el ampliamente respetado trabajo de Carvajal (Página Siete, uno de los principales periódicos de Bolivia la nombró personaje del año de 2018) y eludir el escrutinio de la responsabilidad estatal en las violaciones de derechos humanos.

“El Gobierno tiene que devolver a esta Madre Tierra sus derechos y a estos Pueblos Indígenas el reconocimiento que merecen —manifestó Carvajal a Amnistía Internacional en enero—. La Naturaleza nos grita que este planeta debemos amarlo y cuidarlo y es necesario para todos nosotros.”

En otro caso habitual, unos hombres armados amenazaron el pasado agosto a Amada Martínez, activista indígena avá guaraní de la comunidad Tekoha Sauce, en el sureste de Paraguay.

Martínez salía de la comunidad en taxi junto con su hijo de siete años, su hermana y dos jóvenes sobrinos, cuando el vehículo en el que viajaban fue interceptado por una camioneta con el logo de la cercana planta hidroeléctrica Itaipú Binacional.

La activista contó a Amnistía Internacional que tres hombres cubiertos con pasamontañas y vestidos con uniformes de Itaipú Binacional salieron de la camioneta, armados con escopetas y un revólver. Uno de ellos le apuntó al rostro con una escopeta, mientras otro la amenazaba diciendo que era una “mujer bocona” y que algún día la encontrarían sola en el camino.

Martínez cree que la amenazaron por su labor en defensa de los derechos de los pueblos indígenas. Unos días antes, la activista se había reunido con el relator especial de la ONU sobre la situación de los defensores de los derechos humanos para denunciar las graves consecuencias del desplazamiento de la comunidad Tekoha Sauce a causa de la construcción de la planta hidroeléctrica.

Las mujeres indígenas como Amada Martínez y Margoth Escobar corren especial peligro cuando defienden el medio ambiente y los derechos humanos, pues sufren discriminación adicional a causa de su género e identidad.

En lugar de permitir la violencia contra las defensoras de los derechos humanos, o incluso contribuir a ella, los gobernantes sudamericanos deben reconocer la importancia de su labor y tomar medidas inmediatas, efectivas, que tengan en cuenta el género y culturalmente adecuadas para protegerlas.

Porque estas valientes mujeres no se desalentarán, a pesar de los graves peligros que afrontan.

“Yo respondo a mi propia convicción. Pase lo que pase a mi persona o a mis cosas materiales. Eso es secundario —afirmó Escobar—. No nos van a detener.”